2 de diciembre de 2012

Crónica del cerrajero

Crónica Inmobiliaria/Personal

Pues nada, después de un muy buen rato de ausencia, estamos de vuelta. Y todo por los infortunios del día de hoy que me llevan a la imperiosa necesidad de contarle a otros sobre mis desgracias. De cualquier manera, sean bienvenidos y disfruten de mi sufrimiento.

Resulta que hace unos cuantos meses me mudé a un departamento en el Centro Urbano Presidente Alemán, mejor conocido como CUPA, en la requeteconocida colonia Del Valle. Muchos dirán que estoy muy mal al dar información sobre mi localización en internet, pero eso no me preocupa. Y para mi falta de consternación tengo varias razones:

  1. En el CUPA viven cerca de 5,000 familias.
  2. Además, es laberítico una vez que encuentras la entrada correcta. Buena suerte encontrándome.
  3. No tengo grandes bienes que sean robables.
  4. Mi identidad no tiene gran valor en el mercado negro.
  5. Este blog es prácticamente invisible en la maraña virtual.
 
La mudanza tuvo su importancia, porque en esta colonia crecí y pasé grandes momentos y muchísimas historias. Después de muchos años, regresé a pasar un rato de mi adolescencia y a vivir más aventuras. Finalmente, más años pasaron (casi una década) y me encontré regresando a mis orígenes.

Dado ese contexto, pasemos a la historia que nos atañe este día.

Hoy tuve que salir de casa, para visitar a mi hermana y mi cuñado, que son vecinos del CUPA, y tomar prestada su regadera, porque, para mi bendita suerte me cortaron el gas. Así que tomé una toalla y salí presuroso a realizar mis abluciones en el vecino departamento.

La aventura empezó al oír el 'clic' de la puerta, pues es cuando mi cerebro decidió recordarme que no había tomado las llaves. Se quedaron solitas en la casa, muy acomodadas en la mesa del comedor y no tuvieron a bien recordarme que debía llevarlas en el bolsillo (pero ya las regañé por eso).
Me dije que no había problema y que sería fácil encontrar un cerrajero que me cobrara barato... Dos errores en uno.
Pasé a comprar una Coca-cola como tributo a mi cuñado por el préstamo de la regadera y procedí a la necesaria e higiénica visita.

Al entrar, le pregunté a mi cuñado si conocía algún cerrajero cercano, a lo que respondió con un despreocupado "Sí, aquí abajito hay uno". Bien, me dije, tomaremos el baño y después podemos bajar a buscar.

Una vez realizado el proceso de limpieza corporal, el cuñado me ofreció un café, llegó mi hermana y nos quedamos platicando un buen rato. Ellos me ofrecieron hacer base en su casa mientras encontraba al cerrajero, aunque eso tardase un día más.
Dejé mi toalla bien resguardada y salí a mi labor de recuperar el hogar.

Recorrí primero todos los locales internos del CUPA, después los externos, luego las calles que lo rodean y sus vecinas manzanas. Todo sin éxito. Aprendí, eso sí, que hay ocho cerrajeros en el área inmediata y que ninguno está dispuesto a trabajar en sábado.

Regresé un poco desanimado a casa de la hermana y, haciendo uso de mis habilidades internautas, localicé una cerrajería a tan solo cuatro cuadras de distancia. Con la esperanza y los ánimos renovados, partí nuevamente a encontrar un ángel salvador con ganzuas. Todo para encontrarme, ya sin mucha energía para enojarme, con que el local ya no existía.

Una vez más, volví sobre mis pasos y decidí cambiar mi parámetro de búsqueda. Solicité la intervención de San Google con una plegaria sencilla y claramente formulada: Cerrajero 24 horas colonia del valle.

Las plegarias fueron escuchadas y fui redirijido a www.cerrajerosoportunos.com, donde pude al fin encontrar un pequeño rayo de esperanza. Revisé la información ofrecida en el portal y marqué presuroso a uno de los teléfonos ofrecidos, donde me dijeron que en menos de cinco minutos, uno de los cerrajeros me llamaría para darle mi dirección exacta.

Tal cual fue prometido, en sólo 3 minutos me devolvió la llamada un maestro cerrajero. Intercambiamos salutaciones y protocolos. Me pidió mi dirección y algunos datos de referencia. Preguntó si había alguna estación de metro cercana. Sí, la hay. Justo en una de las entradas del CUPA. Pero la recién estrenada línea 12 no es todavía una buena referencia. Habremos de darle unos tres o cuatro años para que los capitalinos ubiquen las estaciones y sus inmediaciones.
Logramos entendernos y prometió llegar en 45 minutos. No sin antes corroborar unas cuatro veces que lo esperaría y que sí quería el servicio. Al parecer, en varias ocasiones le han pedido que vaya a realizar algún servicio y lo dejan como novia de pueblo. Le juré que era mi unica salvación (como Obi Wan) y que lo esperaría.

Pasó una media hora antes de recibir noticias suyas. Ya estaba cerca y necesitaba más información de como llegar. Le di los datos que necesitaba y ofrecí esperarlo en la entrada del Hospital 20 de Noviembre (que, por cierto, le da el nombre a la estación de metro que está aquí).
En dos minutos, estaba yo entrando en su camioneta y conociendo a su esposa e hijo que le acompañaban. 

Con una voz segura y potente me dijo "Tú dices, gallo". Dirijió la camioneta a la cuadra de enfrente justo en el momento en que yo preguntaba con naturalidad "¿Eh?". Así iniciamos el diálogo. 

Cerrajero - Que me digas pa' dónde.
Memonsonshine- Ah, es para el otro lado.
C - Mta madre con este cabrón. (Como si no estuviera yo justo ahí para escucharlo)
M - En ésta a su derecha y, a la que viene, otra vez a la derecha.
C - ¿Y luego?
M - Pasando la avenida, nos podemos meter en el estacionamiento.
C - No, ps va a estar cabrón encontrar dónde estacionarse.
M - Le digo que nos podemos meter al estacionamiento.
C - Ah, pos así sí.

En este punto, nuestra relación pintaba para ser sana y duradera.

Entramos al estacionamiento, dejó instrucciones a la familia, tomó su mochila/caja de herramientas y me acompañó al departamento.

C - No, pues luego me vas a tener que sacar de aquí.
M - Sí, no se preocupe. Esque es medio laberíntico por aquí. (Les digo)
C - ¿Pa' dónde es?
M - Es ese de allá. Éste mero.
C - ¿Cuál es la chapa?
M - Ésta, la de abajo.
C - ¡Uy, no gallo! Si ésta es de seguridad.
M - ¿Y luego?
C- Ps a ver.

Sacó sus ganzuas y empezó a obrar su milagro. Yo me hacía ya felizmente instalado de nuevo en mi sillón, tomado una taza de café.

C - No, pos va a estar 'teco', gallo.

No recuerdo la palabra exacta, pero era algo así como teco, neco, reco. Algún chilanguismo señalando que la situación estaría muy difícil de resolver.

M - No me diga.

"Pero es un experto" pensé. "En la página decían que eran los mejores y los más capacitados". Pero recordé que eso es lo que dicen todos en internet...

Después de mucho forcejear y señalar varias veces que la chapa era de seguridad, desistió de continuar con el primer método y probó a abrir con su tarjeta del Banco Azteca. Eso es profesionalismo, caray.
Afortunadamente para mi seguridad, la puerta está muy bien hecha y la chapa es muy resistente. No cedieron a los embates profesionales de la tarjeta.

Al ver que sus dos primeras técnicas fracasaban, decidió entonces intentar un método menos ortodoxo y más agresivo. Sacó un martillo y un desarmador, a manera de cincel, para golpear la chapa y safarla de su posición natural. Lo que logró, fue abollarla un poquito.
No se rindió fácilmente. Con dos desarmadores, continuó arremetiendo contra la pequeña chapa, logrando finalmente desprenderla un poco de su lugar. Así, pudo manipular el mecanismo directamente.

Comenzó a utilizar una técnica mixta, combinando llaves Allen, desarmadores, martillo, ganzua, lamparita de mano, alambritos y mucha dedicación.

En ese momento pasó una vecina, que venía de hacer sus compras en el supermercado cercano, quien se quedó viendo al cerrajero con preocupación. Luego, volteó a verme a mí. Entonces decidió que eramos una peligrosísima agrupación delictiva y que estabamos realizando un "robo a casa-habitación". Su cara se tornó lívida, sus ojos grandes y redondos, su paso apresurado e indeciso, sus manos temblorosas. Avanzó, regresó a vernos de nuevo, avanzó más y volvió nuevamente. Es cuando yo solté un amable "Buenas noches" que le hizo desaparecer en un par de segundos. Me pregunto si habrá llamado a la policía o si se habrá quedado pensando en que ella sería la siguiente víctima.

Mientras tanto, mi ángel vengador, cada vez más cansado y enojado, no lograba hacer que la chapa cediera un poco. Después de un largo esfuerzo, el pasador se movió de su lugar.

¡Clack! ¡Tracataca! ¡Pam pam pam!

C - Ya está abierta. Pero no abre la puerta.
M - ¿Cómo?
C - Pues sí, ya está abierta. ¿Seguro que nomás es ésta chapa?
M - Sí.
C - ¿No le pusiste la llave a la otra?
M - No, porque mis llaves están adentro y no tengo la llave de esa.

Siguió forcejeando. En repetidas ocasiones llegamos al mismo punto y la misma conclusión de su parte:

C - No, lo que pasa es que a ti te cerraron.
M - No, porque nadie vive aquí. Sólo yo. Además, no existe la llave.
C - Pues alguien te cerró.
M - No existe esa llave. Nadie la tiene, porque no existe.

Continuó con su trabajo un rato más y volvió a la misma brillante conclusión.

C - No, gallo. Ésta tiene llave. Me mentistes.
M - Pero nadie tiene la llave.
C - Pues a ti te cerraron. No sé qué habrá pasado, pero me mentistes, gallo.
M - No, para nada. Aquí vivo yo solo. Digo, le pago por eso que hizo.
C - No, mira. No sé si no es tu casa.
M - Le digo que sí.
C - O te peleaste con tu ruca. Pero me mentistes.
M - ¡No! Vivo aquí solo. No hay nadie más. Si mis llaves están aquí en la mesa.

Había dejado una ventana abierta, por la que podía ver mi llavero solito en la oscuridad.

C - ¡Ah, chingá! A ver ¿Dónde?
M - Ahí está, mire. En la mesa.
C - ¿Son esas? Pues ahorita te ayudo. Deja voy por una varilla larga que tengo.

Al tratar de retirar las herramientas de la chapa...

¡Clack!

C - ¡Ahí está!

La puerta se abrió cuando ya toda esperanza estaba perdida.

C - No, pos discúlpame por haber dudado de ti.

El hombre no sabía dónde esconderse. Realmente apenado, entró a la casa para terminar el trabajo y rearmar la chapa.
Aceitó el mecanismo, hizo todo lo posible por dejar todo en un estado cercano al original, empacó sus herramientas y salió.

Lo acompañé al estacionamiento para dar el pago y abrir la reja, sólo para encontrarme con la sorpresa de que algún vecino había decidido poner el candado, que nunca se usa y del que no tengo llave. El único personaje cercano era un vecino borrachín que pasa sus fines de semana ahí y le saca la plática a todo aquel que se deje. Le pregunté que si tenía llave y dijo que no, pero que alguien saldría pronto. "Bueno, quién sabe" concluyó.

Regresé a la reja e informé al cerrajero de la situación. Presurosamente, sacó las ganzuas y en dos pasos había ya liberado el candado. Lo que no logró en media hora en mi casa, lo consiguió en tres segundos en el estacionamiento.

Salió en su camioneta con una sonrisa de satisfacción, dejándome en la oscuridad sin saber exactamente cómo sentirme.
Por un lado, estoy tranquilo al saber que mi casa es difícil de robar. Por otro, la experiencia casi surrealista me llenó de emociones complicadas de expresar en palabras.

Regresé a casa de mi hermana a recuperar mi toalla y entré nuevamente a mi departamento, perdido en el laberinto del CUPA, sin una 'ruca' con quien pelear, sin gas y con una historia para el anecdotario.

El saldo:

Una chapa abollada y despostillada.
Una puerta rayada.
$400 menos en el presupuesto.
Una historia de fracaso, azar y aprendizaje.

Solamente en esta ciudad y solamente con mi suerte es que me veo en estas situaciones.